OFICINA PARA
LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS
DEL SUMO
PONTÍFICE
EL CRUCIFIJO EN EL CENTRO DEL ALTAR EN LA MISA
“HACIA EL PUEBLO”
Uno de los
signos más antiguos consiste en volverse hacia oriente para rezar. Oriente es
símbolo de Cristo, el Sol de justicia. “Erik Peterson ha demostrado la estrecha
conexión entre la oración hacia oriente y la cruz, conexión evidente como muy
tarde en el periodo constantiniano. [...] Entre los cristianos se difundió la
costumbre de indicar la dirección de la oración con una cruz sobre la pared
oriental en el ábside de las basílicas, pero también en las habitaciones
privadas, por ejemplo, de monjes y eremitas” (U.M. Lang, Rivolti al Signore,
Siena 2006, p. 32).
“Si se nos
pregunta hacia dónde miraban el sacerdote y los fieles durante la oración, la
respuesta debe ser: ¡a lo alto, hacia el ábside! La comunidad orante durante la
oración no miraba, de hecho, adelante al altar o a la cátedra, sino que elevaba
a lo alto las manos y los ojos. Así el ábside llegó a ser el elemento más
importante de la decoración de la iglesia, en el momento más íntimo y santo de
la actuación litúrgica, la oración” (S. Heid, «Gebetshaltung und Ostung in
frühchristlicher Zeit», Rivista di Archeologia Cristiana 82 [2006], p. 369).
Cuando, por tanto, se encuentra representado en el ábside Cristo entre los
apóstoles y los mártires, no se trata sólo de una representación, sino más bien
de una epifanía ante la comunidad orante. La comunidad entonces “elevaba las
manos y los ojos 'al cielo'”, miraba concretamente a Cristo en el mosaico
absidial y hablaba con él, le rezaba. Evidentemente, Cristo estaba así
directamente presente en la imagen. Dado que el ábside era el punto de
convergencia de la mirada orante, el arte proporcionaba lo que el orante
necesitaba: el Cielo, desde el que el Hijo de Dios se mostraba a la comunidad
como desde una tribuna” (Ibíd., p. 370).
Por tanto,
“rezar y orar para los cristianos de la antigüedad tardía formaba un todo. El
orante quería no sólo hablar, sino esperaba también ver. Si en el ábside se
mostraba de modo maravilloso una cruz celeste o a Cristo en su gloria celeste,
entonces por eso mismo el orante que miraba hacia lo alto podía ver exactamente
esto: que el cielo se abría para él y que Cristo se le mostraba” (Ibíd., p.
374).
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Cruz de altar de bronce del siglo XIX Arte y Antigüedades |
El Crucifijo
en el centro del altar en la Misa “hacia el pueblo”
De los
anteriores apuntes históricos, se deduce que la liturgia no se comprende
verdaderamente si se la imagina principalmente como un diálogo entre el sacerdote
y la asamblea. No podemos aquí entrar en los detalles: nos limitamos a decir
que la celebración de la Santa Misa “hacia el pueblo” es un concepto que entró
a formar parte de la mentalidad cristiana sólo en la época moderna, como lo han
demostrado estudios serios y lo reafirmó Benedicto XVI: “La idea de que
sacerdote y pueblo en la oración deberían mirarse recíprocamente nació sólo en
la época moderna y es completamente extraña a la cristiandad antigua. De hecho,
sacerdote y pueblo no dirigen uno al otro su oración, sino que juntos la
dirigen al único Señor” (Teología de la Liturgia, Ciudad del Vaticano 2010, pp.
7-8).
A pesar de
que el Vaticano II nunca tocó este aspecto, en 1964 la Instrucción Inter
Oecumenici, emanada del Consilium encargado de llevar a cabo la reforma
litúrgica querida por el Concilio, en el n. 91 prescribió: “Es bueno que el
altar mayor se separe de la pared para poder girar fácilmente alrededor y
celebrar versus populum”. Desde aquel momento, la posición del sacerdote “hacia
el pueblo”, aún no siendo obligatoria, se convirtió en la forma más común de
celebrar Misa. Estando así las cosas, Joseph Ratzinger propuso, también en
estos casos, no perder el significado antiguo de oración “orientada” y sugirió
superar las dificultades poniendo en el centro del altar el signo de Cristo
crucificado (cf. Teología de la Liturgia, p. 88). Uniéndome a esta propuesta,
añadí a mi vez la sugerencia de que las dimensiones del signo deben ser tales
que lo hagan bien visible, so pena de poca eficacia (cf. M. Gagliardi,
Introduzione al Mistero eucaristico, Roma 2007, p. 371).
La
visibilidad de la cruz del altar está presupuesta por el Ordenamiento General
del Misal Romano: “Igualmente, sobre el altar, o cerca de él, colóquese una
cruz con la imagen de Cristo crucificado, que pueda ser vista sin obstáculos
por el pueblo congregado” (n. 308). No se precisa, sin embargo, si la cruz debe
estar necesariamente en el centro. Aquí intervienen por tanto motivaciones de
orden teológico y pastoral, que en el estrecho espacio a nuestra disposición no
podemos exponer. Nos limitamos a concluir citando de nuevo a Ratzinger: “En la
oración no es necesario, es más, no es ni siquiera conveniente mirarse
mutuamente; mucho menos al recibir la comunión. [...] En una aplicación
exagerada y malentendida de la 'celebración de cara al pueblo', de hecho, se
han quitado como norma general – incluso en la basílica de San Pedro en Roma –
las Cruces del centro de los altares, para no obstaculizar la vista entre el
celebrante y el pueblo. Pero la Cruz sobre el altar no es impedimento a la
visión, sino más bien un punto de referencia común. Es una 'iconostasis' que
permanece abierta, que no impide el recíproco ponerse en comunión, sino que
hace de mediadora y que sin embargo significa para todos esa imagen que
concentra y unifica nuestras miradas. Osaría incluso proponer la tesis de que
la Cruz sobre el altar no es obstáculo, sino condición preliminar para la
celebración versus populum. Con ello volvería a estar nuevamente clara también la
distinción entre la liturgia de la Palabra y la plegaria eucarística. Mientras
en la primera se trata de anuncio y por tanto de una inmediata relación
recíproca, en la segunda se trata de adoración comunitaria en la que todos
nosotros seguimos estando bajo la invitación: ¡Conversi ad Dominum –
dirijámonos al Señor; convirtámonos al Señor!” (Teología de la Liturgia, p.
536).
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