"La diversidad de colores en las vestiduras
sagradas pretende expresar con más eficacia, aún exteriormente, tanto el
carácter propio de los misterios de la fe que se celebran, como el sentido
progresivo de la vida cristiana en el transcurso del año litúrgico. Así los
cristianos oran con sentimientos diversos evocados también por los colores
de las vestiduras litúrgicas. Por
un lado, expresan lo característico de los misterios de la fe que se
celebran, y por otro lado, exteriorizan con mayor eficacia el sentido
progresivo de la vida cristiana a lo largo del año litúrgico. Son como los
semáforos para orientar nuestro camino y nuestra peregrinación al cielo. También
nosotros nos ponemos un vestido de color según el tiempo, la estación, la
fiesta o la circunstancia que celebramos. La Iglesia es pedagoga, maestra
que enseña con todo lo que nos ofrece en la liturgia. Desde el Papa
Inocencio III (siglos XII y XIII) quedaron como oficiales, para la
liturgia, los siguientes colores: blanco, rojo, verde, morado y el negro.
Y, aunque el simbolismo de los colores cambia de cultura a cultura, sin
embargo, podemos dar a los colores litúrgicos un simbolismo que hasta ahora
la Iglesia ha aceptado.
BLANCO: Se usa en tiempo pascual, tiempo de navidad,
fiestas del Señor, de la Virgen, de los ángeles, y de los santos no
mártires. Es el color del gozo pascual, de la luz y de la vida. Expresa alegría y pureza.
ROJO:
Se usa el Domingo de Ramos, el Viernes Santo, Pentecostés,
fiestas de la Santa Cruz, de los Apóstoles, Evangelistas y Santos Mártires.
Significa el don del Espíritu Santo que nos hace capaces de testimoniar la
propia fe aún hasta derramar la sangre en el martirio. Es el color de la
sangre y del fuego y por eso es el que mejor simboliza el incendio de la
caridad y el heroísmo del martirio o sacrificio por Cristo.
VERDE: Se usa en el tiempo ordinario (período que va
desde el Bautismo del Señor hasta Cuaresma y de Pentecostés a Adviento).
Expresa la juventud de la Iglesia, el resurgir de una vida nueva. Se usa en
los oficios y Misas del «ciclo anual». Indica la esperanza de la criatura
regenerada y el ansia del eterno descanso. Es también signo de vida y de
frescura y lozanía del alma cristiana y de la savia de la gracia de Dios.
Se usa los domingos y días de semana del tiempo ordinario. En la vida
ordinaria debemos caminar con la esperanza puesta en el Cielo.
MORADO:
Indica la esperanza, el ansia de encontrar a Jesús, el espíritu de
penitencia; por eso se usa en adviento, cuaresma y liturgia de difuntos. Es
el rojo y negro amortiguados o si se quiere, un color oscuro y como
impregnado de sangre; es signo de penitencia, de humildad y modestia; color
que convida al retiro espiritual y a una vida algo más austera y sencilla,
exenta de fiestas. Se emplea también en las vigilias, Sacramentos de
Penitencia, unción de enfermos, bendición de la ceniza. Y hoy reemplaza al
negro, que se utilizaba en las exequias de difuntos. Es signo de penitencia
y austeridad.
DORADO o
PLATEADO: Subraya la
importancia de las grandes fiestas. En los días más solemnes pueden
emplearse ornamentos más nobles, aunque no sean del color del día
ROSA: Subraya el gozo por la cercanía del Salvador el
Tercer Domingo de Adviento, e indica una pausa en el rigor penitencial el
Cuarto Domingo de Cuaresma. Es símbolo de alegría, pero de una alegría
efímera, propia solamente de algunos días felices, de las estaciones
floridas de cierta edad. Se puede usar en los domingos Gaudete y Laetare (tercer
domingo de Adviento y Cuaresma, respectivamente). Es para recordar a los
ayunadores y penitentes de esas dos temporadas la cercanía de la Navidad y
Pascua. Es símbolo de alegría, pero de una alegría efímera.
AZUL: Indica las fiestas Marianas, sobre la Inmaculada
Concepción. Es
el color
del cielo.
NEGRO: Expresión de duelo.
Todos estos colores deben estar marcados también
en nuestro corazón. Debemos vivir
con el vestido blanco de la pureza, de la inocencia. Reconquistar la pureza
con nuestra vida santa. Debemos vivir con el vestido rojo del amor
apasionado a Cristo, hasta el punto de estar dispuesto a dar nuestra vida
por Cristo, como los mártires. Debemos vivir el color verde de la esperanza
teologal, en estos momentos duros de nuestro mundo, tendiendo siempre la
mirada hacia la eternidad. Debemos
vivir el vestido morado o violeta, pues la penitencia, la humildad y la
modestia deben ser alimento y actitudes de nuestra vida cristiana. Debemos
vivir el vestido rosa, solo de vez en cuando, pues toda alegría humana es
efímera y pasajera. Debemos vivir con el vestido azul mirando continuamente
el cielo, aunque tengamos los pies en la tierra." .(viene de Te Deum)"
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